miércoles, 25 de marzo de 2009

¿Por qué no llueve?


Lo estaba esperando. Ese momento en el que la oscuridad se hace reina del día y cubre lo azul con un manto de esponjosa crueldad. El ojo brillante de Dios no tiene más remedio que cerrarse, y cederle terreno a una falsa noche.
Yo, que estoy debajo, clavo mi mirada verde, tibia y pesada sobre las esponjosas nubes. Se augura lluvia, triste y melancólica. Pero a pesar de mis palabras sonrío, como siempre ocurre en estas ocasiones.
Seis minutos pasan hasta que el primer gesto mancha tímidamente el asfalto, y convierte la suciedad en claridad, como un potente predicador, de fieles y ciertas palabras.
A mi izquierda, un cura cubre su gordo cuerpo de la tempestad que está al caer, seguido de una señora, maquillada, de peinado a la moda, que anda con pasitos débiles, pero cargados de orgullo.
Nadie ama a la lluvia.
Salvo la gente como yo.
Pronto tengo a la soledad como compañía, y a mi frente, el agua al caer se ha hecho dueña del mundo. Doy un paso. Mi pie se rodea de humedad. Doy otro. Mi rodilla se cala de esperanza. Otro más. Desafío a aquellos que se quedaron atrás. Sigo avanzando. Mi cuerpo, exento de emociones, comienza a vibrar. Ya casi estoy. Rozando el centro del universo, mojado de arriba a abajo.
Y después el último.
Ya no queda nada, ya no busco nada.
Una vez me preguntaron, ¿Por qué te arriesgas de esa manera?
Por que la lluvia es la única amiga que te abraza sin pedirte nada a cambio.

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